Alejandro: un viaje al mundo moderno
Del 4 al 7 de abril en Mongofre, Menorca
· 15 plazas· precio del taller y la estancia: 580 euros
· precios sin estancia (4 comidas incluidas): 380
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· inscripciones, información, descuentos:
· mariona@talleresislados.com
Propuesta de Josep M. Fontserè
Alejandro murió en Babilonia un tórrido día de junio del año 323 a.C. Según las fuentes antiguas, cuando la noticia de su muerte se propagó, toda la ciudad prorrumpió en lamentos: miles de soldados deambularon sin rumbo bañados en lágrimas, los persas se raparon la cabeza en señal de duelo y los templos de dioses muy diferentes apagaron sus fuegos.
Cuando la anciana Sisigambis, madre de Darío, el rey persa derrotado por Alejandro, recibió la noticia, se retiró a una habitación, se sentó y se dejó morir consumida por la tristeza.
Los embalsamadores se presentaron ante el cadáver con un respeto inmenso “después de rezar para que fuera justo y legítimo que unos mortales tocaran el cuerpo de un dios”.
Su cuerpo descansó en Alejandría. Más de dos siglos después lo vio J. César y, probablemente, M. Antonio; Octavio Augusto dejó como tributo un estandarte imperial.
En Persia su leyenda se acrecentó con su muerte. Durante dos milenios crecieron los relatos de Sikandar, el Buscador del Mundo. En los bazares, en las posadas, en las casas de placer y en los harenes, las hazañas del dios rubio venido de occidente crecieron y crecieron.
El Islam lo asimiló. Los poetas lo presentaban con rasgos de conquistador invencible destruyendo templos paganos y esparciendo los sagrados fuegos de Zoroastro. Tales actos muy probablemente hubieran provocado su indignación.
En Egipto las leyendas lo presentaban como liberador de los Zang, monstruosos bebedores de sangre y comedores de sesos.
En China acepta la rendición de su rey, que le entrega al Jinete Propicio, un galante guerrero que resulta ser una mujer de extraordinaria belleza con la que pasa una noche de amor inenarrable desatando en su corazón “un bullicio parecido al campanilleo de un camello ruso”. Triunfa sobre monstruos y salvajes rusos y marcha hacia la noche ártica en busca del manantial de la vida eterna, como Gilgamés.
Ningún conquistador en la historia ha dejado esta imagen en las tierras que conquistó. Nadie ha sido tratado por los habitantes de los pueblos conquistados como un liberador de fantasmas y de pesadillas.
Mas, en realidad, ¿podemos saber quién era Alejandro? ¿Podemos comprender el mundo que bullía en sus sueños? Quizá podamos hoy dar una respuesta a estas preguntas pues, en gran medida, nuestro mundo se parece al de los sueños de Alejandro. O al de sus pesadillas.